La regla de las cuatro erres para criar a los niños sin castigos
Mejor que reprender a los pequeños, es recomendable
aplicar la educación respetuosa basada en las consecuencias: un método que
responde a su conducta, tiene en cuenta sus necesidades y es más constructivo
Madrid - 08 JUN 2022 - 05:38 CEST
En los últimos años, los estudios
neurocientíficos han demostrado las repercusiones que tienen los castigos sobre
el cerebro y la salud mental de niños y adolescentes. No solamente lo demuestra
la neurociencia, sino que el sentido común y las prácticas educativas,
democráticas y respetuosas también lo apoyan, además de suponer
una alternativa muy eficaz.
La educación tradicional, la que ha
recibido la mayoría, se basa en la rigidez, el respeto impuesto, el chantaje,
las relaciones de poder, la amenaza y el castigo. Sin embargo, la educación
respetuosa se caracteriza por la comunicación, el amor incondicional, la
empatía, la flexibilidad y el respeto mutuo. Se acepta al niño tal y como
es, además de entender que los niños no
se portan mal, sino que solamente expresan sus necesidades. Es
cierto que lo más efectivo a corto plazo para modificar la conducta de los más
pequeños es el grito, la amenaza y el castigo. Pero, ¿es también lo más
respetuoso? Desde luego que no.
Lo más recomendable es la educación
respetuosa que sustituye los castigos por las consecuencias. No se consiguen
resultados de manera inmediata, pero sí a medio-largo plazo de una manera más
consistente y teniendo en cuenta el desarrollo y las necesidades del
menor. Dado que el castigo se ha ido
ejerciendo y transmitiendo de generación en generación, aunque
ahora seamos conscientes de sus repercusiones, resulta difícil desinstalarlo de
nuestro cerebro. Para reconocer cuándo lo aplicamos, veamos algunas de sus
características básicas:
- Revancha: cuando un niño es castigado, aparece de manera innata las
ganas de devolver lo que le han hecho. Si me pegaste por hacer algo mal,
tendré ganas de devolverte el golpe que me diste. Ojo, porque esto mismo
también les pasa a los adultos cuando son castigados o
sienten que otras personas les castigan.
- Retraimiento: si un niño está correteando por el pasillo de su casa y
no cesa su juego a pesar de que su padre le está diciendo que deje de
correr, en el momento en que el padre dé un grito, el niño sentirá miedo y
dejará de correr de inmediato. Recordemos que el miedo intenso paraliza y
afecta a la autoestima del niño.
- Resentimiento: aunque el menor no sea consciente, en lo más profundo
de su ser siente que el adulto que castiga le está tratando de manera
irrespetuosa y que no es merecedor de ser tratado así. Está resentido porque se siente injustamente tratado.
- Rebeldía: ante el castigo, a veces, el menor se rebela contra la
autoridad pegando, insultando o agrediendo. La rabia que siente por ser
tratado de esa manera le invita a desobedecer. Basta que el padre diga “A”
para que el niño diga “B”.
En el castigo, el adulto interviene
aplicando al menor una consecuencia artificial e irrespetuosa. El objetivo es
instaurar el miedo en el cuerpo del menor para que deje de portarse mal y haga,
de una vez por todas, aquello que desea y ordena el adulto. El castigo impuesto
no está relacionado con la conducta que pretendemos corregir
Una vez que hemos visto cuáles son los
pilares que caracterizan el castigo, veamos cuáles son los dos tipos de
consecuencias de las que solemos hablar los profesionales para poder sustituir
las reprimendas por estas:
- Consecuencias naturales: este tipo se dan sin que los padres o
maestros intervengan de alguna manera. Por ejemplo, la consecuencia
natural de comerte una caja entera de bombones es que te puede sentar mal (dolor de
estómago, náuseas, vómitos, malestar general, etcétera).
- Consecuencias lógicas: a diferencia de las anteriores, en estas sí que
interviene el adulto. Por ejemplo, si mi hijo de ocho años le rompe a
propósito un coche a su hermana pequeña podemos aplicar una consecuencia
lógica que consista en que compre un coche para su hermana con su dinero.
En este caso intervenimos los adultos, pero se pone en marcha una
consecuencia sensata y respetuosa con los hijos.
Ahora bien, para que la consecuencia sea
efectiva, se deben cumplir los cuatro requisitos siguientes:
- Respetuosa: la consecuencia debe respetar al menor y tenerle presente
en todo momento. El objetivo es que aprenda, no inculcarle miedo para que
deje de hacerlo.
- Razonable: toda consecuencia debe ser sensata y razonable. Aplicada en
su justa medida. Debemos evitar tanto poner una consecuencia exagerada como pasar
por alto lo sucedido.
- Revelada con anterioridad: la anticipación es uno de los mejores
recursos que los padres pueden utilizar con sus hijos. Contarles lo que
viene a continuación o lo que ocurrirá si no se lleva a cabo una
determinada acción es fundamental. Les ayuda a
planificarse y a anticiparse a las posibles consecuencias.
- Relacionada: la consecuencia debe tener una relación con el acto que
se ha llevado a cabo. Si no existe una continuidad entre la acción y la
consecuencia, es posible que estemos en presencia de un castigo.
Si lo analizamos desde una perspectiva
neurobiológica, los castigos activan la parte inferior del cerebro del niño,
mientras que las consecuencias aplicadas de manera respetuosa lo activan
entero, algo que permite un verdadero aprendizaje. Ya hemos visto que tanto las
características de la reprimenda como los requisitos de las consecuencias se basan en la regla de las cuatro erres. En
el castigo, el menor no aprende que lo que ha hecho es peligroso o es una falta
de respeto hacia los demás, sino que aprende a obedecer y a sentir miedo hacia
quien le castigó. Los niños castigados pueden sentir emociones de defensa tan
dispares como la rabia, el miedo o la tristeza, lo que les dificulta tomar
decisiones por ellos mismos, respetarse y exigir ser respetados por los demás.
*Rafa Guerrero es psicólogo y
doctor en Educación. Director de Darwin Psicólogos. Autor de los libros
‘Educación emocional y apego’ (2018) y ‘El cerebro infantil y adolescente’
(2021).
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